2 de octubre de 2006

ELEGANTE


Que la sociedad está totalmente vulgarizada e infantilizada no es nada nuevo. {Que quede claro que la vulgaridad no tiene mucho que ver con la perdida de valores cristianos ni de otras mentiras religiosas.}

El ser humano ha llegado a no saber distinguir lo bueno de lo malo ni lo legal de aquello ilegal. Se han normalizado conductas tan indecentes. Que si alguna vez tuvieron un carácter exótico hoy lo han perdido totalmente. Gracias a su banalizacion.

Ya no sorprende un robo en un banco, un atraco o un asesinato. Todo ello tan normal y habitual. Únicamente conserva este atractivo el robo de obras de arte, por la sofisticación que requiere el llevarlas a cabo.
Pero todo es ordinario. Damos por hecho que el concejal, promotor o constructor robe. Consideramos raro que no lo hagan. (Desconfianza común) Pero tan vulgares resultan estos actos como las personas que los hacen.
Si hay un prototipo este sería; Hombre de mediana edad, moreno. No de poner ladrillos sino por especular con ellos. Lo primero lo hacen manos emigrante que como digo la anterior Primera Dama; son todo un símbolo de prosperidad. Llevan el pelo impoluto; de un lenguentazo de uan vaca.
Tienen una actitud chulesca (Yo contra el mundo). Sus nombres son tan ordinarios como José, Eduardo, Carlos… Por no pensar; ya no se apropian ni de un mote. Pueden ser estos de todas las vertientes políticas o confesiones que existan. Y suelen en general tener mal gusto.

Que queda de aquel sutil ladrón?; fruto de su incomprensión con el mundo.
Aquel ladrón que hacía de una actitud corrupta un oficio para vivir. Cada día aprendía una nueva manera de realizar sus fechorías, cada vez mas especializadas.
Tenían un cierto prestigio ente el pueblo. Los veían como héroes de un mundo ruin y canalla. Todo el mundo fantaseaba con ser uno de ellos. No por acumular riquezas sino más por el atractivo que despertaban.

A la mente vienen recuerdos cinematográficos. Como Martin Lasalle en Pickpocket; y como se convertía en un astuto carterista. Como de la manera más elegante realizaba sus hurtos y fechorías.
Resultaba tremendamente erótico ver como unas manos se deslizaban lentamente por un bolsillo o chaqueta en busca de la presa. O como los dedos desabrochaban cuidadosamente un reloj sin que la victima se inmutara.

Pero ya nada es igual. El robar se ha convertido en una conducta inherente al propio hombre. No importa que seas rico y que no necesites de nada o tengas un oficio aceptable. Anormal ahora es no hacerlo.

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